viernes, 17 de agosto de 2012

Déjà vu: Este sistema nos dejará tirados

Haber formado parte del devastado sector agrícola castellonense no sólo me permite ver con una cierta perspectiva cómo funciona y en qué consiste esto de la competitividad dentro del sistema capitalista, sino que, además, la experiencia vivida en primera persona me hace ser mucho más pesimista que optimista respecto a cómo va a ser la salida de esta crisis global a la que nos enfrentamos; aunque mi experiencia se limita a los sectores de los frutos secos y de la aceituna en una explotación familiar, la situación general del campo castellonense no se desvía demasiado de mis propias experiencias.

Obviamente, las deficiencias competitivas de todo un país no van a tener las mismas repercusiones negativas que las deficiencias competitivas de un único sector o de un determinado producto, sobre todo porque existe, en la globalidad de un país, mucha más diversificación que en cualquiera de las explotaciones agrícolas que se tuvieron que enfrentar a principios de los 60 a las políticas económicas del FMI y a mediados de los 80 a un mercado único europeo que resultaron ser un auténtico agujero negro para las cuentas de muchos pequeños agricultores.

Desde que las políticas económicas del FMI entraran en España, en el año 1959, se produjeron dos ajustes negativos e interrelacionados en el sector agrícola: la huida de mano de obra hacia sectores considerados económicamente más eficientes (industria y servicios) y el abandono paulatino de explotaciones al dejar de ser rentables por el incremento en el coste de la mano de obra (que prefería trabajar en los nuevos sectores emergentes, donde los salarios eran más altos). Esta primera fase del hundimiento agrícola español fue suplido en muchas ocasiones (como es el caso de Benafigos) por la sustitución de cultivos económicamente más rentables (frutos secos) frente a los cultivos tradicionales (trigo y otros cereales), lo que permitió mantener parte de la mano de obra agraria empleada por las pequeñas explotaciones familiares del interior castellonense y afrontar una primera fase de tecnificación agrícola (en mi caso particular, la adquisición de maquinaria como tractores o motocultores); esta primera fase aun no afectó de lleno al sector citrícola (cuyos productos mantuvieron unos niveles de precios que los seguían haciendo rentables), por lo que los más perjudicados (por el esfuerzo inversor requerido en el cambio de cultivos y de maquinaria asociada) fueron los pueblos del interior castellonense, que iniciaron un descenso poblacional en picado que aun se mantiene a fecha de hoy.

Hecho

Tal y como ocurre hoy en la economía provincial, la inmensa mayoría de explotaciones agrícolas castellonenses seguían siendo a principios de los años 80, tras aquel primer ajuste, de tipo familiar; la entrada de España en la Comunidad Económica Europea fue antecedida por insistentes avisos sobre una nueva e imprescindible mejora en la competitividad de las explotaciones agrarias existentes, así que las explotaciones familiares que consiguieron sobrevivir a la primera fase de reforma agraria forzosa de los años 60 tuvieron que plantearse un nuevo esfuerzo inversor para modernizar y hacer más eficientes sus cultivos. Casi todas las explotaciones provinciales se vieron ante la encrucijada de endeudarse para realizar esas nuevas inversiones o mejorar los métodos aprovechando las inversiones realizadas años atrás, puesto que la rentabilidad de las explotaciones familiares no permitía afrontar nuevas adquisiciones tecnológicas con recursos propios; una vez más, en mi caso particular entendimos que las nuevas inversiones serían imprescindibles para mantener la rentabilidad de nuestras explotaciones, por lo que adquirimos nueva maquinaria para mejorar la eficiencia y se realizaron ajustes en la metodología utilizada hasta entonces, asumiendo incluso parte del proceso productivo que se realizaba en las cooperativas agrícolas que se habían creado para aprovechar mejor (sin demasiado éxito) las economías de escala.

En ambas fases, la productividad agrícola se incrementó notablemente, pero esta vez la mayor eficiencia fue acompañada de algo más: la caída brutal de todos los precios agrícolas, tanto los de productos de secano como los de productos citrícolas, por la entrada masiva de productos provenientes de terceros países en los que la mano de obra es mucho más barata (Turquía para los frutos secos o Marruecos para los productos citrícolas) y en los que la mayor parte de explotaciones son de gran tamaño (Estados Unidos, Marruecos y Turquía). Mientras que en la primera fase los precios agrícolas acompañaron al IPC, en esta segunda fase el IPC ha ido siempre por encima de los precios agrícolas, con el añadido de un mucho menor crecimiento de los precios percibidos por los productores, lo cual ha acelerado aun más el abandono de las explotaciones agrarias más pequeñas (las que no llegaron a realizar el esfuerzo inversor en los años 80) y también el de las explotaciones medianas (que sí llegaron a realizar inversiones, pero que quedaron excesivamente endeudadas por las mismas al caer abruptamente los precios y las rentabilidades), que sólo sobreviven hoy en día gracias a las subvenciones europeas que van a dejar de existir en 2013, puesto que se considera que, tras la evolución del sector en las últimas décadas, la única salida que le queda a la agricultura europea es el trasvase de recursos hacia otros sectores, de forma que sólo sobrevivan aquéllas explotaciones que resulten rentables por sí mismas.

2010-01-23 Olives 004

Las lecciones que podemos extraer de esta evolución de nuestro sector agrícola son varias:

  1. El gran incremento de las productividades no ha tenido recompensa alguna para las empresas agrícolas de tamaño pequeño y mediano, que simplemente han visto aplazado su cierre gracias a que el crecimiento del resto de la economía ha permitido que se mantuviesen las ayudas a la producción.
  2. Tampoco se ha visto recompensado el esfuerzo inversor de las explotaciones medianas, que han visto cómo sus productos perdían valor a pesar de haber realizado grandes esfuerzos por mantener o incrementar su calidad y su eficiencia.
  3. La mano de obra agrícola tampoco se ha visto beneficiada por las inversiones de las explotaciones medianas al haberse reducido drásticamente los márgenes de beneficios por la competencia en precios de países con una mano de obra mucho más barata y la imposibilidad de llevar a cabo políticas de promoción de la calidad.

Estos tres puntos nos pueden dar una pista sobre la evolución de la actual crisis global en nuestro país, donde las productividades van a incrementarse sustancialmente por la huida masiva de mano de obra local que no encuentra un trabajo o lo encuentra a salarios inferiores a los esperados (primera fase en el sector agrícola), donde ya estamos asistiendo al cierre masivo de los pequeños (no rentables) y medianos (demasiado endeudados por las inversiones anteriores) negocios, donde vamos a asistir a caídas de precios en los productos internos (con la consiguiente pérdida de márgenes de beneficios) y donde la mano de obra barata y globalizada no va a hacer más que tirar aun más hacia abajo de los salarios locales.

Montaje 80 metros de crisis

Si la evolución que se espera de nuestra economía como país es la de los ajustes realizados sobre nuestro sector agrícola (y así es como yo lo veo), el 99% de las empresas españolas habrán de desaparecer y el 89% de los puestos de trabajo existentes antes de la crisis deberán reubicarse o desaparecer; según FUNCAS, las pequeñas y medianas empresas generaban en 2007 el 14,2% del V.A.B. (el P.I.B. antes de impuestos), mientras que el 1% de las empresas (las grandes) generaban el resto y ocupaban al 11% de trabajadores.

Los dos ajustes sobre el sector agrícola se produjeron mediante el trasvase de mano de obra y de capital hacia otros sectores nacionales (en parte también mediante la huida de mano de obra a través de la emigración, aunque en mucha menor medida) y hacia otras empresas españolas; sin embargo, si los actuales ajustes han de solventarse de igual forma, no existe capacidad para absorber interiormente a ese 89% de la mano de obra que trabajaba en las empresas menos eficientes por su tamaño. Y aunque pudiese absorberse a la mitad de esa mano de obra (algo imposible a corto y medio plazo), seguirían sobrando en nuestro país casi la mitad de los actuales trabajadores.

Así ha funcionado siempre este sistema y así seguirá funcionando mientras todos sigamos creyendo en él; pero el problema es que esta vez no se le exige su adaptación a sectores concretos de determinados países, sino a los propios países en su conjunto. Y el país que no se adapte, se quedará por el camino.

Y la pregunta es… ¿a costa de qué estamos dispuestos a adaptarnos a esta ley de la jungla?

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