miércoles, 23 de noviembre de 2011

Carta abierta al Círculo de Empresarios

Estimados empresarios integrantes del Círculo de ídem; he leído atentamente su reciente documento Un programa de ajuste y crecimiento para la próxima legislatura, y la conclusión es clara: son ustedes muy espabilados, además de unos hipócritas y unos caraduras.

Tras leerlo podría haberme acordado de sus familias; y no sólo por lo que proponen (que también), sino por esa sibilina autocrítica que impregna todo el documento.

Debe flexibilizarse el marco laboral, en aras de asegurar la supervivencia de las empresas y la recuperación del empleo.

Se debe impulsar la acción de las mutuas privadas en el control del absentismo laboral”.

Es evidente que los trabajadores somos los máximos responsables de la situación de sus empresas; por nuestros salarios, por el despido que cobramos cuando nos dan la patada y por lo vagos e improductivos que somos cuando nos hacen el inmenso favor de contratarnos. También es evidente que los trabajadores más productivos y menos vagos son los familiares que ustedes ponen al frente del primer departamento en el que queda una plaza vacante (normalmente forzada, no por fuerza mayor, sino por sus cojones), cuyo despido pagan ustedes gustosamente (el de sus familiares, para contribuir solidariamente a la compra de ese coche que siempre han querido, no el del vago trabajador improductivo despedido) y cuyo salario nunca es suficiente para llegar a fin de mes. Además, al ser cargos de confianza, pueden abonarle parte del salario en negro, haciendo del puesto de trabajo el más productivo (contablemente, que no realmente) de la empresa (la de retenciones y seguros sociales que se ahorran, y la de dinero que se puede blanquear así cada año, ¿verdad?). Si al menos hubiese algún trabajador que se quedase una o dos horas más por la cara para sacar adelante esas gestiones urgentes que al mes siguiente siguen encima de su mesa (de la de usted, no de la del trabajador) no tendrían que proponer medidas de investigación privada contra el absentismo laboral; pero es lo que hay, así que no les queda a ustedes más remedio que proponerlo.

Costes laborales mensuales por trabajador 2000-2010 (España-Alemania)

Además, sabiendo como sabemos que sólo les costamos a ustedes un 40% (ó 17.000,00 € al año) menos que los trabajadores alemanes a los competitivos empresarios germanos (seguros sociales y costes del despido incluidos), no puede entenderse cómo no nos damos cuenta de la insoportable carga en la competitividad que suponemos los trabajadores para sus empresas. Si en lugar de mirar a los alemanes mirásemos a los chinos otro gallo nos cantaría; pero no es así, y por eso se han visto obligados a proponer la reducción de la indemnización por despido y, ya de paso, también del salario mínimo interprofesional.

La normalización del crédito es una condición necesaria para recuperar el ciclo económico y frenar la sangría del desempleo.

Las entidades [financieras] deben informar en detalle sobre su exposición potencialmente problemática, su estructura de financiación y su solvencia.

Existe un problema de exceso de estructuras comerciales y de reducido tamaño medio de las entidades [financieras], que redunda en una menor eficiencia y productividad, especialmente en las Cajas de Ahorros”.

BIS - The real effects of debt (2011-09) (Tabla A2-2)

También es obvio que las entidades financieras les engañaron a ustedes; y, vistas las cifras, les engañaron mucho: las empresas españolas tenían a finales de 2010 una deuda equivalente al 193% del PIB español, o lo que es lo mismo, estaban endeudadas por el equivalente a todo lo que se produce en nuestro país en dos años (hasta el cuello, vamos). Nada que ver con apuntarse a los pelotazos urbanísticos (es obvio que el único empresario que modificó los estatutos de su empresa para incluir la “Actividad inmobiliaria en general” fue El Pocero, conocido en el mundo entero), ni a crear una pequeña empresa con un par de solares como capital social (urbanizables, eso sí, e hipotecados, eso también); nada que ver con esa sana costumbre del “culo veo, culo quiero” en la que ustedes nunca jamás han caído, caen ni caerán. Por supuesto, también es obvio que lo firmado con la banca no es un lastre para sus empresas; por eso esos contratos financieros están para cumplirlos, no como los laborales, que hacen insoportable la rentabilidad, la liquidez y hasta la solvencia empresarial; y por eso también exigen un poco (o un mucho) más de crédito al sector financiero: aun hay margen para reducir plantilla (aun han de soportar la carga de 25 millones de trabajadores) y así poder pagar más intereses. Y es que, vista la idiocia del trabajador medio español, alguien ha de ser quien vea más allá del cortoplacismo imperante en nuestra clase obrera.

Asimismo, es indiscutible que la estructura empresarial española, basada en pequeñas y medianas empresas, aprovecha mucho más las economías de escala que cualquier otra forma de organización empresarial y permite una mejor y más eficiente gestión de las productividades (¿no es esa misma estructura la que les exigen ustedes a las entidades financieras para mejorar sus productividades?); no obstante, si la productividad y la competitividad de las empresas españolas no se incrementan lo suficiente no es responsabilidad del sufrido empresario emprendedor, sino de otros factores como la rigidez del mercado laboral, la incompetencia de los organismos públicos, las excesivas cargas impositivas, la burocracia, los sindicatos, los convenios colectivos, el sistema financiero, el socialismo, la sanidad, el comunismo, la inseguridad jurídica, los nacionalismos, la deuda pública, el INEM, la mala educación… y, sobre todo y por encima de todo, unos trabajadores vagos y poco entregados a sus obligaciones laborales.

Si no queda más remedio, y resulta del todo inevitable, los márgenes de subida [de impuestos] menos dañinos están en la imposición indirecta (IVA e Impuestos Especiales).

Donde sí se pueden obtener ingresos es en la lucha contra el fraude, ya que parece claro que en la actual coyuntura se está registrando un aumento de la economía sumergida”.

No podemos olvidar tampoco la incuestionable afición del vago y pícaro trabajador español a defraudar al fisco o a obligar al sufrido emprendedor a emplearlo sin contrato para ahorrarse los seguros sociales; de ahí que en su documento se hayan visto obligados a denunciar el fraude fiscal y la contratación ilegal como medida para incrementar los ingresos necesarios para que el Estado promueva actividades empresariales más productivas y les pueda financiar de paso las campañas publicitarias en el exterior para poder vender sus productos fuera de nuestras fronteras. Y por supuesto, como muestra de su incuestionable voluntad de contribuir a las arcas del Estado, admitirían como ultimísimo recurso un incremento en los tipos de IVA que ustedes se desgravan y que sus clientes (nosotros los trabajadores) pagan; como igual de incuestionable es que un incremento en los impuestos sobre los beneficios empresariales serían perjudiciales para la sociedad en general y para ustedes en particular, y de ahí que se nieguen rotundamente en el documento a una contribución tan injusta a la caja común.

Los convenios de empresa deberían ser siempre prevalentes sobre el resto de convenios.

Mayor flexibilidad en el recurso a las cláusulas de descuelgue de los convenios colectivos de ámbito superior, tanto en lo referente a salarios como al resto de parámetros.

Se debe eliminar la actual prohibición de los contratos parciales de hacer horas extraordinarias y liberalizar la distribución de las horas complementarias de los mismos”.

Irrebatible resulta asimismo el hecho de que la unión de los trabajadores a través de sindicatos demasiado fuertes ejerce una grave distorsión sobre el normal desarrollo del libre mercado, puesto que con ello se le resta autoridad al empresariado; de ahí que se hayan visto obligados a proponer la eliminación inmediata de esas uniones de trabajadores, reduciendo primero a la nada la siempre perjudicial negociación colectiva a cualquier nivel superior a la empresa y proponiendo como única solución la libre negociación de las condiciones laborales entre empresario y trabajador, así como la conversión de los sindicatos en meros despachos de abogados privados; irrebatible es también el perjuicio que supone para las empresas españolas contratar a un trabajador a tiempo parcial y no poder emplearlo a tiempo completo por las restricciones horarias de estos contratos, por lo que han tenido que plasmar en su documento una propuesta destinada a eliminar esas restricciones. Y es que, como todo el mundo sabe, las horas del día y de la noche que un trabajador destina a otros menesteres distintos a su trabajo es una de las principales causas de que las empresas españolas no sean competitivas, y de ahí que hayan ustedes pensado en el bien que le harían a nuestro país esas horas perdidas que el trabajador dedica a las amistades, a la familia o incluso a pensar, que es aun peor.

En definitiva, que me ha llenado de honda satisfacción ver cómo ustedes son capaces de reconocer sus propios errores; un ejercicio de autocrítica nos vendría a todos muy bien para intentar remontar esta interminable crisis, y son ustedes (¿quiénes si no?) los que han dado el primer paso.

Enhorabuena.

sábado, 5 de noviembre de 2011

El futuro, una simple cuestión de prioridades

Podemos leer en la contraportada de un libro editado por Bankia y recientemente publicado por La Gaceta de los Negocios que esta crisis ha acercado la economía a todos los rincones de la sociedad, por lo que cabe concluir (tal cual puede leerse en ese libro) que la economía se ha democratizado; una conclusión, por otra parte, muy en la línea de los grandes pensadores neoliberales.

Sin embargo, es muy difícil llegar a esa misma conclusión sin tener como prioridad absoluta a la economía; de hecho, se llega a la conclusión contraria si se toma como prioridad la democracia: ésta se ha economizado, es decir, que se guía hoy por los poderes económicos más que por soberanías. O lo que es lo mismo: la democracia ha dejado de ser democracia.

De hecho, la única forma de democratizar la economía es a través de la gestión directa de ésta por el pueblo soberano; y eso tiene un nombre y se llama comunismo. Es de suponer que ni en Bankia ni en La Gaceta de los Negocios querían decir, y ni siquiera dar a entender, que esta crisis nos ha llevado a un sistema comunista.

Cuando la economía es la base sobre la que se pretenden desarrollar todas las demás cuestiones vitales, la única conclusión posible a la que se llegaría es que el mejor sistema político para la sociedad sería aquél que estuviese al servicio de la economía; es decir, aquél sistema político que hiciese más eficiente el desarrollo económico. Básicamente, lo que acabaría concluyéndose es que las mejores formas de gobierno son aquéllas que se asemejan más a las propias empresas (entre las cuales no se encuentra, evidentemente, la democracia); de ahí que desde la ideología neoliberal (que ha traspasado ampliamente la delgada línea que separa el desarrollo económico como medio del desarrollo económico como fin en sí mismo) se pretenda desregular el funcionamiento de la economía (es decir, separar el sistema democrático del sistema económico, evitando que pueda democratizarse). En definitiva, las teorías neoliberales aceptan las democracias como un mal menor, aunque sus insistentes demandas contra la regulación de los mercados sólo denotan en última instancia un rechazo frontal a este sistema político, considerándolo una lacra para el desarrollo económico.

Ese uso del desarrollo económico como fin en sí mismo (crecimiento económico desmesurado e ilimitado) es el que ha desembocado en la creación artificiosa de productos financieros sin base monetaria real (una burbuja financiera, que es la que nos ha llevado a esta situación de crisis sistémica), igual que sucedió con la creación artificiosa de necesidades inmobiliarias (la burbuja inmobiliaria previa a la burbuja financiera); la ausencia de regulación en el primer caso (los mercados de productos financieros secundarios –donde se mezclan productos financieros de todo tipo– nunca han estado regulados) y el mal uso de la regulación en el segundo (se utilizó y se promocionó la construcción como financiación principal de las administraciones públicas locales) permitieron que el propio mercado diese rienda suelta a ese crecimiento sin límites que ha acabado por estallarnos a todos.

Por lo tanto, la primera cuestión a determinar para construir nuestro futuro es si queremos formar un sistema basado en la economía o si queremos crear un sistema basado en la democracia. La configuración de todas las libertades individuales restantes se derivarán de esa determinación.

Democracia o economía

Así, si tomamos partido por un futuro basado en la economía deberán restringirse las libertades individuales de los trabajadores, que deberán subyugarse obligatoriamente al fin último del crecimiento económico, renunciando a muchos de los derechos existentes hoy; obviamente, tomar parte por ese futuro implica también que el sistema político asociado a esa base económica podrá ser cualquiera, si bien el democrático tendrá muy pocas posibilidades de ser el elegido (la subyugación de la masa social más numerosa, y su consiguiente pérdida de derechos, debería ser voluntaria en un sistema democrático).

Y si tomamos partido por un futuro basado en la democracia, las teorías neoliberales actuales deberán adaptarse a la subordinación del crecimiento económico a la voluntad libre y democrática de los ciudadanos, asumiendo que la cesión de poder de decisión desde el sistema democrático hacia el sistema económico (que es lo que nos ha llevado al actual despotismo, que incluso es capaz de impedir el ejercicio de la soberanía a un pueblo entero) no se va a poder producir de nuevo.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Caminando hacia la revolución

Parece que ya no hay vuelta atrás; la recaída en la recesión, que muchos esperaban para septiembre del año que viene, ya está aquí. No hay tiempo ni tan siquiera para tomar posiciones: el barco se hunde y cada cual va a intentar salvarse como pueda. Estados Unidos aplicando recetas expansivas y la Unión Europea aplicando (o al menos eso intentan) recetas recesivas; sin embargo, todo parece indicar que no hay receta que pueda salvar al sistema, y que su muerte será más brusca (que no indolora) de lo previsto.

Con casi cinco millones de parados en nuestro país, esta segunda recesión nos lleva directos al colapso social (el económico parece ya inminente e irremisible), y en esa situación el pacífico 15-M puede ser devorado por otros movimientos mucho menos dados a la participación y al diálogo.

Camuflada tras las rimbombantes teorías económicas neoliberales y con la impasible inoperancia política, la gran mayoría no nos habíamos dado cuenta de que el libre mercado hacía tiempo que había sido devorado por la libre especulación financiera; que cuando se hablaba de competitividad o de productividad, del Estado de Bienestar o del futuro de las pensiones, se estaba intentando medicar a un ente inerte, mientras su verdugo continuaba desgajando su cuerpo para exprimirlo por completo antes de su completa desaparición.

Hoy nos encontramos ante un mercado financiero con obesidad mórbida; y ha devorado ya a tantas víctimas que se está quedando sin alimento. Y como si fuésemos víctimas de un absurdo Síndrome de Estocolmo, le seguimos dando al mercado financiero todo aquello que nos pide (más inyecciones multimillonarias de capital) mientras el mercado financiero nos advierte de que nosotros tenemos que comer mucho menos, o mejor incluso si dejamos de comer y le damos nuestros alimentos a él.

Este país nos va a hundir a todos”, ha afirmado rotundamente un señor señalando el nombre de Grecia en la página de un periódico que estaba leyendo esta mañana en el bar de la esquina; ante semejante ejercicio de autoconvicción he optado por asentir, aunque para mis adentros he pensado que si un referéndum en un país que supone el 2% del P.I.B. de la Unión Europea nos va a hundir a todos es porque ya estábamos hundidos mucho antes de que los griegos pudiesen votar si su muerte financiera ha de ser lenta o rápida; de hecho, los cuatro primeros párrafos de esta entrada los tenía escritos desde finales de septiembre, y parece ser (visto el panorama económico y financiero desde 2008) que podría haberlos escrito incluso mucho antes (aparqué su desarrollo y publicación por parecerme excesivamente pesimista respecto al futuro, pero el último artículo de Juan Luis Cebrián, mucho más pesimista que el inicio del mío, me ha animado a acabarlo).

La cuestión es que podemos culpabilizar de la caída del sistema a Grecia, a los mercados, a la política, a los bancos, al G-20, al vecino o a nosotros mismos, y seguro que encontraríamos una parte de responsabilidad en cualquiera de ellos; pero mientras nos obsesionamos en buscar culpables estamos perdiendo un tiempo precioso en iniciar el cambio de sistema. Y hay muchos (seguramente los menos indicados para ello) que ya están tomando posiciones; y si han de ser los férreos defensores del capitalismo más salvaje quienes nos saquen de esta crisis del sistema capitalista, el futuro se presenta poco halagüeño.

El problema es que ideológicamente el comunismo ha sido desacreditado; y en la práctica, también. Esta situación ha conllevado la omnipresencia del capitalismo como única vía ideológica posible en nuestra sociedad; este monopolio ideológico ha sido posiblemente la principal causa de su propia caída, puesto que las únicas fuerzas que podían ejercer algún tipo de contrapeso (el propio comunismo, la socialdemocracia o incluso la sociedad a iniciativa propia) han sido incapaces hasta tal punto de frenar la voracidad de lucro de los sistemas financiero y económico que incluso han acabado alentando los desmanes propios de cualquier sistema basado en la avaricia. Y si, tal y como venían pregonando desde la derecha hace ya mucho tiempo, el futuro va a tener que decidirse sin luchas ideológicas de por medio, la primera ideología que debe apartarse del futuro es la que ha caído con esta crisis: el propio capitalismo; sólo con la muerte de las dos ideologías enfrentadas desde el siglo XIX puede abordarse el futuro sin luchas ideológicas.

Ahora bien, si el teórico poder de las democracias se ha pervertido y desviado de tal forma que ha acabado en manos de una élite (una especie de nuevo despotismo ilustrado) como el G-20, los bancos centrales, el FMI o el recientemente bautizado “Merckozy”, todos ellos firmes creyentes y defensores acérrimos del actual sistema caído, de forma que la soberanía popular ha acabado siendo una utópica declaración de intenciones en las constituciones de los países autodenominados democráticos, va a ser misión imposible apartar a esas élites (completamente ideologizadas) de las decisiones sobre el futuro de nuestras sociedades. No queda otra salida, pues, que la lucha ideológica; y el inicio de esa lucha sólo puede abordarse tomando como base las dos últimas ideologías caídas (capitalismo contra comunismo). Abordar la construcción de un futuro desde la nada (sin base ideológica alguna) no es posible en tanto en cuanto el poder de decisión real está en manos de esa élite despótica; afirmar lo contrario sólo puede interpretarse como un apoyo explícito a quienes ahora tienen el poder de decisión real, que son los mismos que nos han llevado a esta crisis sistémica.

Por supuesto, estas disquisiciones son totalmente utópicas: el poder nunca abandona sus posiciones sin ofrecer resistencia, nunca reconoce sus errores si nunca antes se le han exigido responsabilidades y defenderá su ideología como la mejor o incluso como la única posible y viable. Como dice Juan Luis Cebrián en su artículo de hoy en El País, las crisis sistémicas llevan aparejadas acciones violentas contra el poder establecido que pueden acarrear destrucción y muerte; atajar esas acciones violentas mediante una revolución pacífica aun es posible si realmente se tiene la voluntad de salir adelante construyendo otro sistema más justo con todas las personas, independientemente de su capacidad adquisitiva, e incluso un sistema más participativo y en el que no quepa ningún tipo de despotismo. Es cierto que ha de ser a través de la verdad como se construya ese sistema, pero seguramente no será posible construirlo con la actual actitud de nuestros políticos.

Siempre quedará, por supuesto, la revolución violenta y la contrarrevolución sanguinaria; pero si llegamos a eso seremos muchos los que no llegaremos a conocer nunca otro sistema que el depravado sistema actual. Y es una lástima que la experiencia y la propia Historia nos hayan demostrado una y otra vez que las crisis sistémicas nunca han tenido una solución pacífica.